martes, 19 de mayo de 2009

Cruella, la gestante mutante





La primera vez que fui a Berlín me sorprendió ver que las calles estaban repletas de niños y perros. No es que quien no tiene niños tiene perro, es que allí los perros están superprotegidos y fomentados y hasta los Punkies los coleccionan. A mí lo de los perros ni fu ni fa. En realidad sólo hay un perro en el mundo que me interese, Gabi, un bichón maltés que acaba de ser papá. El resto se puede quedar en sus cómodos sofás viendo los anuncios de scottex y pidiendo huesitos a telechucho porque no me hace ni pizca de gracia encontrármelos por la calle. Y es que vivir en una urbanización como la mía donde si no tienes un pit bull o un perro lobo asesino no eres nadie, tiene sus desventajas para alguien que tiene fobia a los perros. Considérese que está hablando la leona de castilla que pronto tendrá un leoncito entre sus brazos, no vaya a ser que los fanáticos perrunos me despellejen ellos mismos sin achucharme a sus perros.

Resulta que mi disconfort está justificado. Tengo una vecina que va por la vida decapitada (yo aún no consigo ver su cabeza por ningún sitio). Quizás la lleve en su bolso, porque eso sí, el bolso sí lo lleva bien visible. Ay, estos seres extraños que caminan decapitados..... Pues bien, esta vecina tiene perros anarquistas o republicanos (aún no lo tengo claro) que no se han dado cuenta aún de que mi Adrián este veranito será el rey del jardín y yo su protectora máxima, su guardesa, su esbirra, su lo que sea por evitar que esos chuchos se le acerquen. De momento estoy marcando mi terreno y destruyendo el suyo, casualmente situado junto a la verja de mi jardín, que se comunica con el comunitario y la piscina, así como en Melrose Place. Afortunadamente tengo en mi poder el espantachuchos, un pulverizador que huele que apesta y que les desagrada tanto que les tiene alejados de mi perímetro. Pero ocurre que los aspersores situados en ese punto estratégico borran mis huellas espantadoras de intrusos peludos y me los encuentro después echándose la siesta junto a mi verja. Pero, ¿alguien entiende que se tenga un husky siberiano en un jardín tropical? Es que no pega ni con engrudo. Bueno, no daré ideas, a ver si se les va a ocurrir cambiarlo por una pantera negra. En fin que cuando les veo ahí tumbaditos me llega el momento leona que devora todo lo que implique un peligro y entonces agarro la manguera y me pongo a enchufarles como una posesa quemándose en la hoguera. ¡¡¡Fuera, bichos descarados, usurpadores de mi tranquilidad, profanadores de mis descanso!!! Claro que los perros tienen que alucinar, "que no es para tanto, que vaya carácter se me ha puesto desde que soy una gestante, que antes pasaba de ellos". Pues no, lo que me faltaba, que estos chuchos opinaran... (La culpa es de Snoopy, que lanzó la moda de tener perros parlantes allá por los 80). Además, la cosa no se queda ahí sino que después de regarles sin piedad llamo inmediatamente al presidente, que debe de santiguarse cuando ve mi número y protesto sin parar. Menos mal que me apoya, quizás debido a mi estado, él tiene 3 hijos y bien sabrá de estas cosas.

Y lo peor no es su presencia, sino sus excrementos abonando a su antojo el jardín, los hoyos, sus pelos canosos confundiéndose con la hierba.... Ay, qué asco me da todo. En fin.... un drama que acabará en cuanto mi vecina encuentre su cabeza diminuta en su enorme bolso mezclándose con las llaves y el móvil. Mientras tanto, yo seguiré sumida en mi psicósis, combatiendo al enemigo con mi manguera a presión y mi pulverizador fétido. Creo que los niños pronto me van a cambiar de mote. ¿Seré como esas viejas paranoicas que asustan a los niños pero en versión perruna? Algo así como una Cruella de Vil en Villarrica. Ay, qué dura esta vida de gestante mutante...

2 comentarios:

  1. ...pobres perritos!!!...pero así me gusta defendiendo a tu leoncito de la manada.

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  2. ¡¡¡¿perritos?!!! si son Yetis cavernosos!!!! Bueno, también hay un salchicha, pero creo que le cabe la cabeza del leoncito en la boca. No me fío, no.

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